La poesía está hecha por el tiempo. Gobierno agazapado detrás de todo. Crítico minucioso. Implacable. Contra él, no tenemos derecho a réplica. Todo poeta busca entonces un idioma inmenso. Busca unir los extremos desde la nada al vaticinio, refugios recónditos y humanos hasta donde no llega el tiempo. Quizá el tiempo tema de la palabra futuro y de sus palabras.

Ayer encendí todas las luces de la casa y me puse a leer el libro de Roberto Espinosa. El idioma poético es un torbellino. Violento de luces interiores. No se confunde con bengalas retóricas, porque se abre lleno de pasión y vida. La vida, es superior a la belleza y a todos los adjetivos. Vitalismo en su magnitud terrestre. Conlleva el acto de lo original de las pasiones y lo transfiere a su idioma poético.

Espinosa descifra claves que existen y que no existen. El amor nuevo y viejo de juventudes. Yo, lector, de pronto, soy protagonista del caudal de emociones. El ejemplo de un vitalismo nacido aquí y ahora casi con mis propios sentimientos. La poesía como todo ser, vive, palpita con todas las cuerdas viscerales del poeta. Espinosa concentra un idioma poético propio para su canto. Entre los temas diversos: primero el amor, después: geografía de recuerdos, amistades, paisajes, más de 60 poemas integran el libro y siempre el mismo idioma y en definitiva, todo es un canto de amor.

No le falta nada para cubrir espacios de ese gran sentimiento. Los poetas trataron la realidad del amor desde tres direcciones: trágica, tormentosa o alegre.

Ni Werther ni Don Juan. El amor es la vida. No está escindido ni dividido.

Para Espinosa solo se respira por amor y se canta. Se lo glorifica. Esa es su tarea y ese el destino del poeta. Glorificar la vida sagrada y el amor su antorcha. Quizá por eso el nombre de su libro: Cosecha de luz.

Nuestro poeta encuentra el lenguaje preciso. Antiguo, moderno, tradicional, de vanguardia. Todas las escalas del idioma. Cuando pone palabras sueltas: “pasión”, “deseo”, está usando el lenguaje primordial, el del hombre que gritó en el inicio de los tiempos su primera palabra, cuando no había oraciones, ni sintaxis, ni verbos ni adjetivo, grito: “agua”, “jabalí”. Entonces se podría decir que una palabra valía por mil imágenes. En esas primitivas palabras estaba la vida y el futuro de la humanidad. Espinosa insiste en muchos poemas con este sistema lingüístico o estilístico, en donde la palabra mínima, sola, autónoma, refiere lo máximo de la expresión humana. Más de un millón de años costó a la humanidad descubrir que esa palabra sola, sin contexto, era el contexto mismo y era oración unimembre con sujeto y predicado y llegaba cargada de emociones, intencionalidades e imágenes acústicas. Así nace la lingüística y allí se iluminan las palabras y el poeta va en busca de su Cosecha de luz.

Nuestro poeta usa expresiones antiguas, modernas, que elevan al lenguaje hasta el sitial del poema. El conocimiento científico es sin duda horizontal, el conocimiento desde el arte y en este caso de la poesía es vertical. Huidobro afirmaba que el poeta es vertical a Dios. Un conocimiento explica, analiza y llega a dar resultados, el otro, el del arte, es una iluminación, Un rayo que no cesa, según Miguel Hernández. Una luz cosechada entre las reverberaciones del idioma y la pasión cegadora que resplandece en el alma.

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POESÍA: COSECHA DE LUZ / ROBERTO ESPINOSA (Edunt – Tucumán)